Lo mejor del 2016 es que estrené una Moleskine. Lo peor es que la sigo llenando de puras porquerías. Aquí va un ejemplo al desnudo y tras su paso por el Spa.
Lo mejor del 2016 es que estrené una Moleskine. Lo peor es que la sigo llenando de puras porquerías. Aquí va un ejemplo al desnudo y tras su paso por el Spa.
Tengo una mórbida fascinación por las libretas para dibujar; no puedo resistir la tentación de comprarlas. En consecuencia, tengo una amplia colección que incluye ejemplares de los más diversos tamaños, colores y tipos de papel. Todas nuevas e inmaculadas.
La cuestión es que me gusta comprarlas, pero no usarlas. Me causa un remordimiento inenarrable desperdiciar las blancas hojas con mis garabatos (lo que no habla bien de mi autoestima, aunque sí de mi sentido estético). Esa es la razón por la que siempre dibujo en papel reciclado y mantengo las libretas en estado virginal.
No obstante, el año pasado me regalaron una Moleskine y, por razones indescifrables, decidí mancillarla. El 7 de diciembre de 2012 la inauguré con los siguientes dibujos, que siendo muy generoso, solo podría calificar de espantosos.
A pesar del resultado, no me detuve, y a partir de entonces, seguí abusando de la pobre libreta, con desvaríos como los siguientes:
La libreta se volvió una compañera inseparable que me permitió contrarrestar el aburrimiento y la estulticia a los que me veo expuesto en casi todas mis actividades cotidianas.
También constituyó un inmejorable paño de lágrimas para consignar todas esas pequeñas victorias y derrotas que confeccionan la vida.
Algunos de los dibujos me gustaron y, tras ser escaneados y coloreados, me resultaron aborrecibles; la mayoría lo eran desde un inicio. No obstante, los de las últimas páginas me parecieron menos deleznables que los de las primeras:
Hace unos días me percaté que los dibujos comenzaban a profetizar el temido fin de la libreta: Y los de la última hoja resumían a la perfección la experiencia vivida en compañía de la Moleskine:
Aquí a colores, para ilustrar que no pierdo las esperanzas:
Hoy, tras casi un año, con lágrimas en los ojos, le digo adiós a una amiga, a una amante, a una maestra que me enseñó muchas lecciones invaluables (por ejemplo, que guardarla en la bolsa delantera del pantalón se ve mal); pero que, sobre todo, me permitió librarme de traumas de la infancia (en los que nuestra posición económica nos obligaba a reciclar hasta el papel del baño), y así, hoy ser capaz de gritar inflamado de orgullo:
«¡Puedo echar a perder una libreta carísima con mis monos horrorosos!».
Te voy a extrañar…
Lo bueno es que tengo una caja llena de compañeras inseparables.
Los siguientes son otros apuntes que tomé en una intensa reunión de trabajo. El primero es una complicada alegoría del lenguaje y las ideas (que sería inútil intentar explicarles), y el segundo es una elaborada reflexión a partir de un mensaje hallado en una galleta de la suerte. Aquí está el primero tras ser abusado en Photoshop.
El segundo permanecerá igual. Al menos en lo que me recupero de la depresión causada por el hecho de que lo mejor que me puede pronosticar una galleta de la suerte es que en el futuro TAL VEZ habrá momentos emocionantes.
Uno de los 7 hábitos de la gente altamente eficiente (que nadie ha mencionado) es cargar siempre una libreta. Yo llevo la mía a todas las juntas y así, en vez de escuchar/decir estupideces, las dibujo. Esto da como resultado juntas más breves, más fluidas y en las que se llega con más facilidad a acuerdos, ya que a nadie le importa un carajo lo que se está tratando.
El siguiente garabato es mi aportación a una junta en la que estuve hace poco y en la que se trataba un tema importantísimo que nunca logré identificar. Los demás participantes me felicitaron al final por mi «espíritu de cooperación» y por haberme abstenido de «proponer puras idioteces como en las juntas anteriores».
Luego, durante las horas de trabajo, gracias a la magia del Photoshop, puedo seguir explorando las ideas que afloraron en las juntas.
Así, en lugar de malas ideas que hacen desesperar a mis compañeros de trabajo, clientes, proveedores y personal de limpieza, acabo con dibujitos coloreados que deprimen a los anteriores y a los incautos que caen en este humilde blo.
Esto es lo que en el medio ejecutivo altamente productivo llamamos «win win».
X y Y son una pareja con una relación sentimental. Como para muchas otras, por razones inexpugnables, un día la conexión deja de fluir y experimenta algunos tropezones; después se vuelve problemática y con el paso del tiempo, son pocos los momentos libres de conflicto.
A pesar de las abrumadoras desventajas, X y Y, desafiando toda lógica, deciden seguir juntos. Mucho tiempo después de que la relación se ha vuelto nociva e insostenible, al fin deciden terminarla. Se sienten aliviados pero también abatidos. Ya sea que lo nieguen o lo confiesen, ambos piensan en el otro con frecuencia. Los dos aspiran en secreto a que algún día puedan volver a estar juntos, aunque, por supuesto, confían en que todo será diferente.
Es bien sabido que los seres humanos somos los únicos animales que tropiezan dos veces con la misma piedra. Lo que pocas veces se dice es que también somos los únicos que después de irnos de hocico, descalabrarnos y rompemos una pierna, recogemos la piedra, la llevamos a casa y la guardamos para poder tropezarnos con ella todos los días.
Me he preguntado infinidad de veces qué es lo que hace que alguien desee continuar con una persona con la que ha tenido infinidad de problemas, en vez de buscar a otra (es el recurso más abundante en el planeta) con la que pueda empezar una relación de ceros.
Aprovechando que bajé de iTunes U el curso de Introducción a la psicología del Instituto Maurer, me permito aventurar algunas hipótesis:
La siguiente ilustración viene al caso porque el gato está pensando precisamente en eso:
Y aquí se ve más claramente. Como prueba, las estrellas titilan con alegría:
Y aquí el boceto original que proviene de una Moleskine con la que tengo una relación sumamente conflictiva (ella insiste en que la deje en paz y yo me empeño en torturarla).
En un derroche de imprudencia, sigo masacrando la Moleskine impunemente. Como la llevo a todos lados, son muchas las oportunidades que tengo de torturarla, así que avanzo más rápido de lo que puedo escanear y photoshopear. Así que ya solo lo hago con aquellos cuadros que cuentan una historia.
Por ejemplo, estos:
En esta viñeta, un hábil vendedor enuncia las ventajas de adquirir una calavera con patas. Desafortunadamente nadie lo escucha porque el Apocalipsis ocurrió hace veinte minutos y él no se enteró por estar revisando su correo electrónico.
En esta, un oso finalmente acepta que es rosa y decide vivir feliz consigo mismo aceptándose tal como es. Desafortunadamente luego se le pasa el efecto de las drogas y vuelve a ser miserable.
Y en esta, una jovencita se marcha a Europa a buscar el amor. Se enamora de un húngaro que le roba el dinero y le contagia una gripa aviar que casi le cuesta la vida. Se hace prostituta y jamás regresa a México.
Tengo muchas amigas a las que les gustan los gatos. Tanto que algunas los hacen sus novios o se casan con ellos. Pensando en esa enternecedora y patológica afición, hice este dibujo en la Moleskine.
No me gustó, así que le agregué color con unos plumones.
No me gustó, así que los tracé con el InkPad en el iPad.
No me gustaron, por lo que me los llevé al Illustrator para darles texturas.
Tampoco me gustaron, así que los exporté a Photoshop donde les modifiqué el color.
No funcionó, así que les puse más textura.
No me gustó, así que apagué la luz y dejé solo un foquito prendido.
No me gustó. Ahora odio a los gatos. Aunque se casen con ellos.
Feliz Día Internacional del Gato. ¬¬
He seguido maltratando la Moleskine. Aquí dos desconcertantes ejemplos.
En el primer cuadro vemos una aterradora imagen que ilustra lo que según algunas profesías tlaxcaltecas será el fin del mundo: los robots intentarán apoderarse del planeta y gente heroica vestida con trajes espaciales retro de colores llamativos los enfrentarán. Al final máquinas y humanos harán las paces, pero días después todos morirán devastados por un poderoso virus cibernético mutante.
Nótese el detalle del malévolo robot sonriendo.
Asumí que no era necesario retocarla en Photoshop.
El cuadro inferior muestra un trío de gatos con gesto de estupefacción producido por la lectura de The Psychopathology of Everyday Life de Freud.
Así quedó tras pasarlo por el Photoshop.
El gesto de asombro se mantuvo.
Nunca había tenido una Moleskine: son caras y, como dice su publicidad, son las libretas que usaban Van Gogh, Picasso y Hemingway, entre otros. Así que me resultaba obvio que cualquier cosa que pudiera escribir o dibujar en ellas, estaría lejos de justificar el precio. Pero hace unos meses me regalaron una y me animé a echarla a perder.
Esta es la primera página:
Un primer vistazo confirma que mis temores estaban justificados: es un desperdicio de libreta.
Así que coloreé los dibujos en Photoshop y les agregué un racional creativo (que es lo que se hace en publicidad para convencer a los inocentes de que detrás de cualquier estupidez hay un montón de conceptos profundísimos y muy brillantes). Así quedaron:
Esta es la historia de un hombre moreno que vende frutas, y por razones que nadie comprende, no deja de sonreír. Al final se descubre que tenía parálisis facial.
Una vez que me quedó claro que ni el color ni los racionales iban a salvar mis desatinos, hice lo que cualquier persona sensata hubiera hecho: seguí dibujando en la Moleskine.
Luego subo los siguientes garabatos que, debo reconocer sin falsa modestia, han ido empeorando.