Tengo una mórbida fascinación por las libretas para dibujar; no puedo resistir la tentación de comprarlas. En consecuencia, tengo una amplia colección que incluye ejemplares de los más diversos tamaños, colores y tipos de papel. Todas nuevas e inmaculadas.
La cuestión es que me gusta comprarlas, pero no usarlas. Me causa un remordimiento inenarrable desperdiciar las blancas hojas con mis garabatos (lo que no habla bien de mi autoestima, aunque sí de mi sentido estético). Esa es la razón por la que siempre dibujo en papel reciclado y mantengo las libretas en estado virginal.
No obstante, el año pasado me regalaron una Moleskine y, por razones indescifrables, decidí mancillarla. El 7 de diciembre de 2012 la inauguré con los siguientes dibujos, que siendo muy generoso, solo podría calificar de espantosos.
A pesar del resultado, no me detuve, y a partir de entonces, seguí abusando de la pobre libreta, con desvaríos como los siguientes:
La libreta se volvió una compañera inseparable que me permitió contrarrestar el aburrimiento y la estulticia a los que me veo expuesto en casi todas mis actividades cotidianas.
También constituyó un inmejorable paño de lágrimas para consignar todas esas pequeñas victorias y derrotas que confeccionan la vida.
Algunos de los dibujos me gustaron y, tras ser escaneados y coloreados, me resultaron aborrecibles; la mayoría lo eran desde un inicio. No obstante, los de las últimas páginas me parecieron menos deleznables que los de las primeras:
Hace unos días me percaté que los dibujos comenzaban a profetizar el temido fin de la libreta: Y los de la última hoja resumían a la perfección la experiencia vivida en compañía de la Moleskine:
Aquí a colores, para ilustrar que no pierdo las esperanzas:
Hoy, tras casi un año, con lágrimas en los ojos, le digo adiós a una amiga, a una amante, a una maestra que me enseñó muchas lecciones invaluables (por ejemplo, que guardarla en la bolsa delantera del pantalón se ve mal); pero que, sobre todo, me permitió librarme de traumas de la infancia (en los que nuestra posición económica nos obligaba a reciclar hasta el papel del baño), y así, hoy ser capaz de gritar inflamado de orgullo:
«¡Puedo echar a perder una libreta carísima con mis monos horrorosos!».
Te voy a extrañar…
Lo bueno es que tengo una caja llena de compañeras inseparables.