Mis restaurantes favoritos son aquellos que colocan en sus mesas manteletas de papel, porque me brindan la invaluable oportunidad de ponerme a garabatear y evadirme así de las conversaciones y otras desventajas de la convivencia humana.
La última vez que asistí a uno de estos bienaventurados establecimientos, mientras mis acompañantes discutían temas trascendentales del acontecer nacional, yo dibujé el siguiente adefesio:

El resultado me pareció poco menos que satisfactorio, pero decidí llevarme la manteleta porque el gerente del restaurante amenazó con demandarme por contaminación visual si no lo hacía.
Ya en la incomodidad de mi hogar y desprovisto de una mejor alternativa para emplear mi abundante tiempo libre, escaneé el garabato y con ayuda del Adobe Illustrator lo convertí en la siguiente imagen.
No me gustó, así que le quité el paisaje y dejé al conejo en una habitación vacía que estuviera más en sintonía con su gesto desconcertado y con la vacuidad de mi vida.
Fue entonces cuando me di cuenta de que el conejo estaba bailando, solo que el gesto facial no coincidía con su expresión corporal. Así que se lo cambié, le agregué un moderno reproductor de música estruendosa, algunas notas musicales y una frase sangrona pero emotiva.
Luego hice la versión en español para que se comercializara también en el mercado hispano.

Al final me quedé con una cursi imagen de un conejo bailarín, la certeza de que las manteletas de los restaurantes causan gastritis y la sospecha de que en el fondo solo soy una quinceañera con síndrome premenstrual y fuertes problemas de autoestima.